Algunos consejos para la espera

Publicado en la revista «Caza Castilla La Mancha» en noviembre de 2011

Cuando me refiero a consejos no intento enseñar a los que, probablemente, saben mucho más que yo en esto de las esperas, pero mi experiencia a lo largo de muchísimos aguardos, con algunos éxitos y, más frecuentemente, con calabazas, me ha ido enseñando a mí mismo algunas normas y trucos que quizás le puedan valer al aficionado que se inicia en una modalidad de caza mayor tan emocionante y tan autentica como es la espera a los guarros en las noches de luna. Así pues… ¡a ello!

En vísperas de hacer una espera, lo primero será tener “bien registrado” el escenario del aguardo y las variadas tarjetas de visita que nos dejará el jabalí, intentando siempre hacer este reconocimiento en las primeras horas de la mañana para no dejar nuestros rastros. Una vez bien estudiadas las huellas, las bañas, las señales dejadas en los árboles, así como las entradas y salidas del monte, podremos deducir si el ejemplar merece que le montemos la espera o si solamente acude una partida de guarras con “primalones” a la que deberemos respetar.

Decidido el aguardo, procuraremos no alterar el entorno en los días anteriores por lo que no tocaremos las bañas, el puesto o el comedero –cuando esté permitido- y, por supuesto, no cambiaremos en este el tipo de cebo. En definitiva, dejaremos todo tal y como lo está encontrando el “macareno” al que pensamos sorprender. Al hilo de este asunto de la comida, debo decir que desde que yo empecé con las esperas se han puesto tantos cebaderos en el campo y se han probado tantas combinaciones de alimentos que los jabalíes los toman muy mal y cada vez andan más escamados. Hace años, nosotros sólo necesitábamos una noche o dos para sujetarlo con un puñado de trigo o maíz y a la tercera nos colocábamos con bastante certeza de que íbamos a tirarle.

La tarde de la espera llegaremos pronto al coto, procurando no perder tiempo en asuntos que deberemos tener antes solucionados, aunque siempre nos complicaremos echando gasoil porque ya estamos en reserva o tomando un café en algún bar de la carretera donde alguno se proveerá de una botella de agua y otro quizás de un bocadillo que se olvidó en la cocina de su casa.

Llegados a la finca y desde el primer momento, conviene hablar bajo y eso debe ser fundamental porque en el campo, salvo las voces de los perreros en su momento, los disparos justificados y poco más, no debemos perturbar la paz de la naturaleza. Si es posible, dejaremos el coche lejos, aunque como ya hemos dicho se puede acercar a algún esperista porque estoy convencido que los guarros se extrañan bastante menos del sonido de un motor que de la voz humana. Con los rastros pasa igual, así que, en todo caso, es casi mejor que corten el del vehículo que el de nuestras pisadas. A la hora convenida, nos acercaremos al puesto en silencio (por si acaso) y por el lado contrario al que suponemos utiliza “el comensal”, con todas las necesidades fisiológicas hechas a prudente distancia del sitio.

Sin son varios los esperistas, conviene dejar muy claro la hora de retirada y las señales a efectuar en este sentido, no moviéndose del puesto innecesariamente y haciéndolo siempre, incluso en el pisteo y en el regreso, con una linterna encendida.

Una vez en la postura y siempre con el menor ruido posible, lo primero que haremos será cargar el arma y efectuar un par de pruebas con ella, ejercitando el movimiento que haremos al encarar para procurar que no roce en ningún obstáculo. Luego la dejaremos a mano y con el seguro puesto. Si decidimos comer algo, debemos hacerlo también enseguida, si no por hambre sí por evitar algún ruidillo inoportuno del estomago y quizás en invierno para aumentar nuestras calorías que falta nos van a hacer un rato después. Y por último y quizás lo más importante, nos armaremos de paciencia para aguantar las horas que sean necesarias. 

Ahora es cuando empieza de verdad la espera y es momento de repetir “mis” dos normas básicas que van intrínsecas en el nombre de esta modalidad de caza mayor: quietud total y silencio absoluto. Esa es la verdadera esencia del aguardo y el resto son, simplemente, las especias que se añaden al montuno guiso.

Admitido lo anterior, se trata ahora de disfrutar de ese estado de comunión íntima con el monte y la noche, mientras nuestros sentidos, sobre todo el del oído, están totalmente alerta. Incluso se puede llegar a una situación de duerme-vela en la que parece que estamos dormidos pero con el oído trabajando al máximo. Pasan las horas y aunque no hayamos sentido absolutamente nada, el cochino puede estar en el borde del monte, escuchando y aireándose durante mucho rato. Utilizaremos, según las circunstancias, los prismáticos, pero haciendo los movimientos siempre muy lentos para no delatarnos y, desde luego, procuraremos no levantarnos por ningún motivo. Debemos intentar aguantar esas horas en la máxima inmovilidad que ya tendremos tiempo de relajarnos en el sofá de nuestra casa.

Si logramos escuchar al guarro cuando se acerque, encararemos muy lentamente el rifle, lo apoyaremos en el sitio prefijado porque pueden pasar varios minutos hasta que aparezca el invitado y estaremos apuntando. En cuanto entre el guarro al “albero”, lo juzgaremos con la mayor rapidez posible y decidiremos si es él el que esperábamos y al que vamos a disparar. Si estamos decididos, corregiremos la puntería, esperaremos la primera parada y, asegurando de nuevo la puntería, oprimiremos suavemente el gatillo. Si hemos hecho bien las cosas hasta ahora, probablemente tengamos al cochino dando los últimos estertores en el suelo. Hay a quien le emociona dejarle unos minutos mientras come o se mueve por la clara, pero a mí eso no me convence porque puede suceder que un revoque del aire, un ruido extraño o incluso el disparo de otro esperista ponga en fuga al cochino que ya creíamos nuestro. La caza suele dar suele dar normalmente una ocasión óptima que hay que aprovechar.

En el caso de no haber escuchado su aproximación y que, por ello, el guarro nos sorprenda, lo primero que veremos es el bulto negro, momento en el que no debemos perder los nervios y nos estaremos totalmente quietos. El animal hará paradas y escuchará atentamente. No moverse, repito, y esperar que llegue al cebadero y empiece a comer glotonamente. Entonces, muy lentamente, levantaremos el rifle y… ¡ya sabemos lo que tenemos que hacer!

Del disparo en si, algunas puntualizaciones: apuntar con cuidado a la zona de la paleta y no al bulto, pues un cochino de noche, con un tiro en la tripa, es un mal negocio. Lo volveremos a repetir: si de día es importante apuntar bien, de noche es imprescindible para, en la medida de lo posible, procurar que el guarro se quede en el tiro con el menor sufrimiento o que recorra herido la menor distancia hasta caer muerto.

Supongamos que el cochino ha salido corriendo como un cohete, lo cual puede ser buena señal pues probablemente irá herido de muerte. Sin movernos, nos quedaremos escuchando atentamente para saber si va “rompiendo mucho monte”, si gruñe o da algún estertor, si ruedan piedras o nos ha perecido oírlo caer al suelo, y en definitiva hacia donde ha huido y hasta donde hemos podido escucharlo. Esos primeros datos serán importantes en el siguiente lance del pisteo. Cuando vuelva el silencio, recogeremos todo sin prisas, con cuidado y sin ruido para después, con muchas precauciones, acercarnos –con la linterna- al lugar donde estaba el guarro en el momento del tiro, donde veremos si hay sangre, estudiaremos las arrancadas y todos los detalles que podamos para decidir si lo intentamos cobrar esa noche o al día siguiente. La prudencia aconsejaría siempre lo segundo porque, además, en la primera parada, si está bien pegado, es seguro que se quedará definitivamente, pero este tema va ya en la experiencia del esperista y en la del práctico que podamos tener a mano. En cualquier caso prudencia mezclada con prudencia da buenos resultados. Estamos de noche y con un valiente y luchador animal herido… ¡no lo olvidéis! 

Tampoco estará de más un buen perro de rastro muy picado en estas lides que nos puede cobrar el cochino y en el peor de los casos evitarnos un disgusto al “cantarnos” que el jabalí está vivo todavía aunque, por desgracia, él se lleve la primera tarascada. Recordando a nuestro querido “esperista digital” del artículo anterior, debo reconocer que no he sido capaz de enseñar bien a un perro y eso que he tenido buenos teckel y que mi perra Beagle –llamada Luna porque no podía llamarse de otra forma- tiene un olfato excepcional y en las pocas veces que la he necesitado me ha llevado directa al cochino. Por eso los dejo en el coche o en la casa hasta precisar su ayuda.

Al finalizar el pisteo, os deseo de corazón que rematéis el lance encontrando a “vuestra” pieza, inmóvil en la clara noche, con unas preciosas navajas que le brillarán con la luz de la luna y luego, en la casa, a la luz y el calor de la lumbre de encina o chaparro, rememoréis mil veces el lance que ya os acompañará siempre en vuestra memoria a través de los años… ¡vale la pena, os lo aseguro!

Cómo últimas acciones, deberéis llevar la muestra del cochino al veterinario” pues la Triquinosis es una terrible enfermedad y no os olvidéis de dar el oportuno parte del resultado de las esperas al organismo correspondiente en el caso de que el permiso se nos haya concedido por daños o incluirlo en su día en el resumen de capturas del coto.

Para el final dejo la estupenda cena que, unas noches después y con reminiscencias de los famosos e irreductibles galos –aunque sin la ramplona música del bardo-, celebraremos con los amigos, en la que como plato principal figurará la sabrosa carne del astuto y viejo cochino montaraz que, bajo una inmensa luna llena, tuvimos la suerte y el placer de abatir en la más bonita y emocionante modalidad de caza mayor que se puede practicar: el aguardo nocturno al jabalí.